sábado, 22 de octubre de 2011

El Cine

Y en el verano llegaba el cine.

A llegar el fin de semana una camioneta bajaba las sillas de la iglesia, que eran de esas de madera, plegables, Y las disponía en filas una detrás de otra en el frontón grande.

En la pared del frontón, colgando de la alambrada de arriba se ponía una tela blanca grande.

Y empezaba la magia.

Cada uno bajábamos de nuestra casa con nuestro bocadillo. Porque gran parte de la magia se encontraba en comer el bocadillo en ese cine al aire libre con los amigos. Aparcábamos las motos afuera, al lado de la cafe, y nos solíamos sentar del centro para adelante.

Películas que recuerdo:

Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Me pareció tal petardo que aún hoy soy incapaz de verla. Cada vez que oigo esa película me acuerdo de una novela de Lawrence Durrel llamada El cuarteto de Alejandría. Lawrence era hermano de Gerald Durrel, escritor y naturalista cuyos libros me han acompañado y hecho reír a lo largo de muchos años.

El baile de los vampiros. Me reí muchísimo pero, y todo tiene un pero, esa noche no pude dormir. Ya era mayorcito, pero aquella noche eran todo pesadillas. Y es que el final, que no voy a desvelar aquí, no me gustó.

Horizontes Lejanos. Una película larguísima y que era también un poco rollo. De hecho no la he podido volver a ver.

A esas sesiones venía de vez en cuando unos chavales de San Sebastián de los Reyes, Sanse.

En aquellos tiempos había una gran rivalidad entre los 'pijos' de Fuente y los 'quinquis' de Sanse. Tanta que en alguna ocasión llegamos a las manos. Recuerdo una en el frontón pequeño en la que hubo algo más que palabras y que los típicos empujones amedrentadores de machos ibéricos.

Pero no recuerdo que en lo que era nuestra pandilla llegara la sangre al río.

También aprovechamos alguna de esas sesiones para pelearnos con algún grupo de los mayores. En mi memoria tengo a un conocido político actual que tuvo la mala suerte de ser como era. Y así le fue en esa sesión. Cosas de chiquillos.

Pero no era solo Fuente el sitio en donde se pasaban películas. También en la vecina y cercana Ciudalcampo, y también en los fines de semana. Pero allí se hacían en sitio cerrado. No sé si todas, pero sí la que tengo en la memoria. Íbamos allí en las motos. Era posible sin necesidad de pasar por la autovía puesto que podíamos pasar al RACE por caminos y luego cruzar a Ciudalcampo.

Allí la gente de Fuente no era bienvenida, como corresponde a buenos vecinos.

En una ocasión fuimos por allí bastantes de Fuente, incluyendo la pandilla de los mayores. Siempre pensé que ya iban con ánimo de montar alguna juerga. Porque se montó. Nos echaron a todos de allí y tuvimos que salir por piernas. O sea, por motos.

También el cine en Fuente nos ayudó a hacer nuevos amigos, o al menos conocidos, entre los 'quinquis'de San Sebastián de los Reyes, con los que más adelante pasamos buenos y no tan buenos momentos.

Pero eso se sale ya de esta historia.

sábado, 1 de octubre de 2011

Las verbenas

Un año, la Junta de Propietarios decidió que Fuente debería tener un día de fiesta, como cualquier pueblo. No recuerdo qué día se decidió, pero caía en verano. Supongo que seguirá siendo igual.
Las verbenas entonces eran un tanto particulares. Las celebrábamos en el frontón grande y las organizábamos nosotros mismos.
Recuerdo un año, creo que el primero, comprando las bebidas.
Un par de años ¿O fue solo uno, Mariví? montamos un escenario y tocamos allí. Ya éramos un poco mayores. Yo debía andar por los diecisiete. José Luis, que no era de Fuente, a la guitarra; yo con otra guitarra y Chiqui C. al bajo. Tenía un bajo precioso, copia del Hohner del de Paul MCartney.
Viéndolo ahora, debíamos ser un petardo, pero nadie nunca nos dijo nada.
Más tarde las verbenas se profesionalizaron un poco y pasaron a celebrarse en la pista de baloncesto, con gente preparando hamburguesas. Recuerdo una especialmente en la que alguien llevó un salchichón y allí nos lo fuimos comiendo a bocados.
Qué bien sabía.
Seguro que Mariví tiene aquí mucho más que aportar.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El por qué

Desde hace muchos años que me rondaba por la cabeza el escribir algo parecido a unas memorias. Mirando hacia atrás, la verdad es que uno ha vivido ya muchas cosas.
Pero, por otro lado, son cosas que solo le interesan a uno mismo y quizá a sus más allegados. Por tanto, no tenía ningún sentido ponerse a ello. Además, memorias, ¿para que las leyera quién?

El runrún seguía de forma permanente, y sobre todo me susurraba al oído alrededor de una época especialmente relevante. Mi etapa en Fuente del Fresno. Una etapa larguísima que coincidió con el fin de la infancia, la adolescencia y la juventud, aunque los flecos aún se alargaron algo más.
Y en un momento dado me lancé a ello. Sabía que tendría al menos dos lectoras y eso me animó aún más.
Y de pronto, una idea me generó aún más ilusión. ¿Por qué no le pedía a una de mis lectoras que fuera todavía más allá y que también escribiera sus recuerdos hilvanados entre los míos?.
Y Mariví entró a formar parte del proyecto.
Mi hermana, por su parte, entraría como colaboradora ocasional aportando la salsa de sus comentarios.
Tenía tantas ganas de plasmar en texto esa época tan especial para poder recordarla para el resto de mis día y ¿por qué no? dejársela a mis hijos como legado, que no veía el momento de comenzar.

El blog arrancó con gran ilusión y escribimos varios capítulos a lo largo del tiempo, aunque poco a poco las entradas se fueron distanciando hasta que ahora parece que ha sufrido una parada definitiva,
No temas, esforzado lector, solo es una parada terapeútica.
Escribir no resulta fácil, y menos aún cuando se cita a personas reales, lo que obliga a ser muy cuidadosos con evitar que puedan ser reconocidas por terceros.
Además, hasta pueden ser lectores en algún momento. Esta prudencia obligada resulta francamente agotadora y genera una enorme tensión interior.
El hecho de ocultar tantas cosas hace imposible a veces el contar una historia, lo que no ayuda a mantener el espíritu arriba y reduce el nivel de motivación.

El tiempo es otro punto a tener en cuenta. Escribir requiere de un tiempo que no está siempre disponible y además disponible para esto.

En mi caso hay un factor más que me hizo frenar y que aún no está del todo superado. Ee un momento dado Mariví y yo nos sentamos para poner un poco de orden cronológico en mis recuerdos. Mariví tiene una cabeza privilegiada y guarda todos sus recuerdos perfectamente ordenados y llenos de detalle.
Escribiendo esto, yo me di cuenta de que mi caso es totalmente diferente. Soy incapaz de ubicar correctamente en el tiempo muchos de ellos y en algunos casos son pinceladas difusas, cuando yo creía que eran casi fotorrealistas. Y esto me desanimó un poco. Pero el mayor desánimo se produjo cuando me di cuenta de que lo que yo consideraba una etapa larguísima de mi vida cubría en realidad unos siete años como mucho. Luego se alargaba algo más, pero la parte que yo quería contar no pasaba de siete años.

¿Cómo era posible que hubiera vivido engañado todos estos años?

La realidad y la respuesta es muy simple. El tiempo es relativo. Siete años cuando uno tiene 16 ó 17 suponen casi la mitad de una vida. Pero si tomamos como punto de partida el momento en el que tenemos recuerdos conscientes (sea eso lo que sea), pues entonces esos siete años se han convertido en dos tercios de la vida hasta entonces.
Visto desde mis más de cincuenta actuales, casi cincuenta y dos, pues es una fracción de vida mucho más pequeña.
Lo que sí es cierto fue el inmenso contenido que tuvieron aquellos años y lo privilegiados que fuimos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

30 años ya

30 años de la muerte de John Lennon. Yo tenía entonces 21 años.
A mí los Beatles me llegaron un poco tarde, pero tengo que agradecerle a Enrique el comenzar a escucharlos.
Porque esa era la música que Enrique tenía a todas horas en Fuente, en su casa. Y así supe que había un álbum blanco, y uno que se llamaba algo así como Rubber Soul, y otro que... etc., etc., etc..
Más tarde, ya en los 17 ó 18, Let it Be estuvo muy presente a nuestro alrededor. Fue, debido a las circunstancias, una canción amada por alguno de nosotros, y odiada por otros.
Eso ocurriría dos años antes del asesinato de John, pero entonces no sabíamos que eso iba a suceder.
Es curioso cómo es la música (y la influencia de la tele).
En el parque infantil jugábamos por la noche Fer, sus hermanos y yo. Pongamos en 1972 ó 1973. Nos dedicábamos a saltar como acróbatas de unas barras a otras en los diferentes aparatos (sobretodo en el que llamábamos La Barca o El Barco) y a deslizarnos a toda velocidad por entre los hierros de la Jaula. En aquel tiempo cantábamos dos canciones casi permanentemente. Una de ellas era All Together Now, aunque solo la primera parte. No nos sabíamos la segunda.
Hoy, esa canción es, junto con The Walrush, la favorita de mi hija (de seis años). Y todo porque la oyó e la tele como música de un anuncio, y a que yo la llevaba en el coche y la escucho con la misma alegría y el mismo entusiasmo con que la escuchaba entonces.
En fin, 30 años de su muerte, pero sigue muy presente entre quienes lo conocimos, y por qué no, también entre generaciones posteriores.


jueves, 18 de febrero de 2010

Actividades variadas

En aquel momento yo tenía 14 años, y el resto oscilaba entre los 16 del Negro y los 13 de mi hermano J y Jr. Se puede decir que estábamos en plena apoteosis adolescente. Realmente la vida era maravillosa y estaba llena de sorpresas por descubrir y lo más maravilloso para mi era que tenía con quién compartirlo. Mis amigos eran el centro del Universo.

Como ya conté, pasábamos la mayor parte del día juntos, y para reunirnos nos poníamos de acuerdo para ir a buscar a los que no tenían moto, así hacíamos una especie de caravana de motos llevando a alguien detrás, e incluso haciendo viajes para que nadie tuviera que ir andando.
Veamos, en aquel momento tenían moto C, F, Jesús, El Negro, El Marqués, O y T, y mis hermanos y yo.

Hacíamos excursiones por los montes cercanos a Fuente, al Cerro del Toro, al río, a la Urbanización cercana Ciudalcampo, al circuito del Jarama, y alguna vez a una especie de bar que había por el camino de Sanse, el Chiringuito (aunque era un poco más arriesgado porque había un tramo de carretera y no teníamos carnet). Precisamente allí tuvimos un sustito por culpa de el Negro, que le dió un golpe a un 600 y el dueño se puso furioso. Tuvimos que hacer una colecta entre todos para pagarle el arreglo y casi le echamos de la pandilla porque no quería devolvérnoslo. Fuimos Ch y yo, muy dignas, a su casa para contárselo a su madre, que nos lo devolvió inmediatamente.
También íbamos al Alemán, un restaurante a la orilla de la N1 al que llegábamos por el Camino del Ardal, y enfrente, al otro lado de la carretera, el Aterpe Alai (fantásticas croquetas).

Aprendíamos a dominar las motos en El Salto, en La Cantera o en La Presa donde los chicos, sobre todo, pegaban saltos, o subían terraplenes increíbles y en alguna ocasión hacíamos verdaderas barbaridades. Recuerdo que nos tumbábamos en el suelo casi todas las chicas para que saltaran por encima ellos con las motos. Llegamos a ponernos hasta ocho chicas en una ocasión.
O cuando les dió a los chicos por saltar a toda pastilla desde la terraza de los locales ( más o menos un metro de altura) atravesando la calle por el aire y aterrizando contra una de las arizónicas de la acera en el mejor de los casos.
Pero, claro, esto producía de vez en cuando algunas “averías”. Todavía recuerdo lo que nos costó sacar a M del zarzal al que fue a parar en uno de aquellos saltos, por no hablar de la búsqueda de los dientes que se rompió el mismo M cuando atropelló a un pobre perro que le salió en plena carrera por la Urbanización.
Lo peor era explicar en casa cómo nos habíamos hecho aquellas heridas sin asustar demasiado a los padres.

Otro sitio muy frecuentado era El Mirador, en la zona alta de Fuente, que en aquel entonces era un lugar apartado y discreto en el que nos fumábamos nuestro primeros cigarrillos y nos enseñábamos unos a otros a tragar el humo camuflados entre dos enormes encinas.
Pero además la mayoría de los chicos eran muy deportistas y quedaban en las pistas de tenis, en el frontón y en la cancha de baloncesto. Las chicas íbamos a animar o simplemente a mirar cómo jugaban.
Después nos sentábamos en los bancos de la terraza de la Cafe a tomarnos un helado y a mirar cómo jugaban a las máquinas los mayores, que en aquel entonces eran algo así como “los amos” de la cafetería.